La justicia, ese ideal tan anhelado por las sociedades desde tiempos inmemoriales, suele representarse como una dama ciega, imparcial y ecuánime.
Sin embargo, la realidad muchas veces dista de esta imagen idílica. Hay una frase que, con crudeza y lucidez, desnuda una de las grandes paradojas de nuestro tiempo: “La justicia: pobre perra rabiosa que solo muerde los pies a quienes van descalzo”.
Esta sentencia, cargada de ironía y verdad, invita a reflexionar sobre la naturaleza selectiva y, a menudo, cruel del sistema judicial.
La justicia y la desigualdad social
En teoría, la justicia debería ser igual para todos. Sin embargo, la práctica demuestra que quienes carecen de recursos, poder o influencia suelen ser los más vulnerables ante sus embates.
Los “descalzos” de la frase representan a los marginados, a los pobres, a quienes no tienen protección ni medios para defenderse. Para ellos, la justicia no es un refugio, sino una amenaza constante, una “perra rabiosa” que, lejos de protegerlos, los agrede.
El acceso a una defensa legal de calidad, la posibilidad de pagar fianzas o incluso el simple hecho de comprender los procedimientos judiciales, se convierten en privilegios reservados para quienes tienen calzado, es decir, recursos.
Mientras tanto, los descalzos caminan por un terreno minado, expuestos a la mordida de un sistema que, en vez de protegerlos, los castiga con mayor severidad.
El poder y la impunidad
Por otro lado, quienes poseen poder económico o político suelen caminar calzados, protegidos por una red de influencias y privilegios.
Para ellos, la justicia rara vez muerde; más bien, se muestra dócil, complaciente, e incluso ciega ante sus faltas. Casos de corrupción, abuso de poder o delitos de cuello blanco suelen resolverse con penas irrisorias o, en muchos casos, con la total impunidad.
Esta desigualdad genera una profunda desconfianza en las instituciones y alimenta la percepción de que la justicia no es un valor universal, sino un instrumento al servicio de los poderosos.
La frase citada, con su tono mordaz, denuncia esta realidad y nos recuerda que la justicia, lejos de ser ciega, a menudo ve demasiado bien quién lleva zapatos y quién no.
Hacia una justicia verdaderamente justa
La solución a este problema no es sencilla, pero pasa necesariamente por el fortalecimiento de las instituciones, la transparencia y la igualdad de oportunidades.
Es fundamental que la justicia deje de ser una “perra rabiosa” para los descalzos y se convierta en un verdadero escudo para los más vulnerables. Solo así podremos aspirar a una sociedad más equitativa, donde la ley no distinga entre ricos y pobres, y donde la justicia, por fin, muerda a quien realmente lo merece.
En conclusión, la frase “La justicia: pobre perra rabiosa que solo muerde los pies a quienes van descalzo” nos invita a mirar de frente una de las grandes heridas de nuestro tiempo.
Nos desafía a no conformarnos con la injusticia disfrazada de legalidad y a luchar por un sistema donde todos, sin importar el calzado, puedan caminar con dignidad y seguridad.