martes, 2 de diciembre de 2025

RD rompe récord con más de 10.2 millones de turistas en 11 meses, pero estos ingresos solo benefician a unas cuantas familias


La República Dominicana se ha despertado una vez más con titulares que parecen sacados de un sueño de prosperidad infinita. El Ministerio de Turismo (Mitur) ha anunciado con bombos y platillos que el país ha pulverizado sus propias marcas: 10,202,573 visitantes en los primeros 11 meses del año. 


Las cifras son mareantes y consolidan a la media isla como el gigante indiscutible del turismo en el Caribe. Sin embargo, detrás del brillo de las estadísticas, los cocteles de bienvenida y las fotos paradisíacas en Instagram, se esconde una realidad económica mucho más sobria y desigual.


Mientras el Gobierno celebra el auge como un triunfo nacional, una mirada más profunda a la estructura financiera del sector revela que la "lluvia de dólares" no está mojando a todos por igual. 


De hecho, el diseño actual del modelo turístico dominicano garantiza que el grueso de la riqueza generada termine en las bóvedas de un grupo selecto de apellidos tradicionales y corporaciones transnacionales, dejando al pueblo llano con las migajas de la fiesta.




La Euforia de las Cifras Macroeconómicas


Es innegable que la maquinaria turística dominicana es eficiente. Según los datos oficiales presentados, solo en noviembre el país recibió 862,214 visitantes. De los más de 10 millones acumulados en el año, 7.4 millones llegaron por vía aérea y 2.7 millones a través de cruceros.


Este flujo masivo de personas representa, en teoría, una inyección vital de divisas extranjeras, estabilidad para la tasa de cambio y una contribución significativa al Producto Interno Bruto (PIB). El turismo se vende como la "locomotora" de la economía dominicana. Y macroeconómicamente, lo es. 


Mantiene las reservas internacionales altas y proyecta una imagen de estabilidad ante los mercados globales y las calificadoras de riesgo.


No obstante, el PIB no mide el bienestar de las familias, sino la producción total. Y es aquí donde la narrativa del éxito comienza a fracturarse.

 

El dato incómodo: A pesar de años de crecimiento turístico récord, los salarios reales en el sector turismo se mantienen entre los más bajos de la economía formal dominicana.

 



¿Quiénes son los Dueños del Paraíso?


Para entender por qué la riqueza no se distribuye, hay que mirar quién es dueño de la infraestructura. El turismo en República Dominicana no es un negocio de pequeños emprendedores; es un juego de monopolios y oligopolios.


Los Aeropuertos: La puerta de entrada al país está privatizada. La gran mayoría de esos 7.4 millones de turistas aéreos aterrizaron en terminales gestionadas por concesionarias privadas que pertenecen a grupos empresariales locales de inmenso poder, o a consorcios extranjeros. Las tasas aeroportuarias, unas de las más altas de la región, van directamente a estas cuentas, no al presupuesto público general.


La Hotelería y el "Todo Incluido": El modelo predominante es el All-Inclusive. Este sistema está diseñado para capturar el gasto del turista dentro del recinto hotelero. El dinero del visitante se paga a menudo en origen (a touroperadores internacionales) o se gasta dentro de hoteles que pertenecen a cadenas españolas, norteamericanas o a las grandes familias de la élite dominicana (los Vicini, los Rainieri, entre otros). El turista del "todo incluido" rara vez sale a consumir en el restaurante local, a comprar artesanía al pequeño comerciante o a utilizar transporte público.


Los Incentivos Fiscales (CONFOTUR): Quizás el punto más crítico es la Ley 158-01. Bajo el pretexto de fomentar la inversión, el Estado dominicano otorga exenciones fiscales masivas a estos grandes desarrolladores. Hoteles de lujo se construyen sin pagar impuestos de importación, sin pagar impuestos sobre la renta por periodos de 15 años y sin pagar impuestos inmobiliarios.


El resultado es perverso: El Estado deja de percibir miles de millones en impuestos para "ayudar" a familias multimillonarias a construir negocios que luego generan ganancias que, en gran parte, se fugan a cuentas en el extranjero o se reinvierten en el mismo círculo cerrado.




La Realidad del Trabajador Turístico


Si los dueños del capital se llevan la tajada del león, ¿qué queda para el trabajador? La respuesta es: supervivencia.


Visitar zonas como Verón, Friusa o los barrios periféricos de Puerto Plata es un choque de realidad. A escasos kilómetros de resorts donde la noche cuesta 500 dólares, los empleados que limpian esas habitaciones, cocinan los banquetes y sirven los tragos viven en condiciones de hacinamiento, a menudo sin agua potable constante, sin alcantarillado y con servicios de salud precarios.


Salarios de miseria: El sueldo mínimo en el sector turístico, aunque revisado periódicamente, apenas cubre una fracción de la canasta básica familiar, cuyo costo ha sido inflado precisamente por la presión del turismo.


La trampa de la propina: El sistema laboral del sector se apoya excesivamente en la propina (el 10% de ley) para complementar salarios base irrisorios. Esto traslada la responsabilidad del salario del empresario al cliente, creando una inestabilidad financiera constante para el empleado.


Mientras el país celebra 10.2 millones de turistas, el camarero que los atiende no puede permitirse unas vacaciones en su propio país.




El Costo Oculto: Gentrificación y Recursos


El éxito turístico tiene otro efecto secundario que golpea a la clase media y baja: la inflación inmobiliaria y de servicios.


La demanda turística, especialmente con el auge de los alquileres a corto plazo (tipo Airbnb), ha disparado el costo de la vivienda en zonas costeras y en la capital. Familias dominicanas están siendo desplazadas de sus barrios porque ya no pueden competir con los precios en dólares que pagan los extranjeros.


Además, el consumo de recursos naturales es desproporcionado. Un turista en un resort consume, en promedio, tres a cuatro veces más agua y electricidad que un residente local. En un país donde los apagones y la escasez de agua son el pan de cada día para la población, ver cómo estos recursos se garantizan prioritariamente a los enclaves hoteleros genera un resentimiento social latente.


Conclusión: ¿Un Récord para Quién?


Llegar a los 10.2 millones de turistas es, técnicamente, una hazaña logística y de marketing digna de aplauso. El ministro David Collado y el gabinete de turismo han hecho su trabajo: traer gente. Pero el Gobierno en su conjunto ha fallado en la tarea más importante: gestionar el éxito.


El crecimiento económico sin desarrollo social no es un milagro, es una burbuja. Mientras el modelo siga basado en exenciones fiscales para los ricos, salarios bajos para la clase trabajadora y un modelo de "enclave" que aísla los dólares de la economía local real, los récords seguirán rompiéndose año tras año, pero la brecha entre las "cuantas familias" que poseen el país y los millones que trabajan en él se hará insalvable.


La República Dominicana no necesita solo más turistas; necesita un nuevo pacto social turístico donde el paraíso sea rentable no solo para el que invierte el capital, sino también para el que invierte su vida y su sudor en mantenerlo funcionando. Hasta entonces, los 10.2 millones serán solo un número bonito en una hoja de Excel, muy lejos de la mesa de las familias dominicanas.